Las herencias temperamentales también se muestran como predisposiciones caracterológicas, incluidas en esas cadenas; así conocemos si el ser que llega a la vida tiene tendencias hacia la agresividad, o al pasivismo, si es más vitalista o sedentaria, si tendrá gran atracción por el alcohol, las drogas o la carne, o si por el contrario sus aficiones serán puramente místicas. Podemos reconocer a los depresivos, a los científicos y a los suicidas; a los maestros, artistas, y a los lideres. Terrible y esclarecedor ¿no?, pero cuidado, tampoco eso significa que el ADN sea el mapa de carreteras obligatorio a través del cual el ser humando deberá circular inexorablemente, sino mas bien debemos verlo como indicador de la materia prima con la que cuenta la persona para realizar su obra. Que se desencadene o no la enfermedad, o cualquiera de las demás circunstancias dependerá de la forma de afrontar los escollos de la vida, para eso esta la libertad, ¿no?. Nada es determinante previamente a una toma de decisión.
Además, hay otra característica importante. Cuando el recién nacido instintivamente desarrolla unos hábitos, el resto del grupo familiar acostumbra a comentar: es tan tragón como su abuelo, tiene la misma expresión de enojo que tenía su tío abuelo, o es tan dormilón como su primo tal, y así el pequeño ser es reconocido como eslabón de una cadena familiar vinculada entre si por unos rasgos y tendencias comunes, que llamamos karma grupal, y todo eso está reflejado en el ADN.
Conocemos familias que tiene una larga tradición de depresivos, y otras en las que cada “x” nacimientos, habrá uno que sufrirá una quiebra económica familiar, o un accidente automovilístico, o familias en los que predominan los apostadores de carreras, e incluso los mujeriegos. Parece que siguiéramos una secuencia en serie que marca la tradición del grupo, y sin la cual a la familia le falta algo…. Hay tradiciones de profesión, de enfermedad, de oficios, de dotes artísticas, de cualidades lingüísticas, deportivas, altruistas o de gustos alimentarios por poner unos ejemplos de los miles que podríamos hallar.
Todas estas similitudes, van mucho más allá de unas condiciones hereditarias meramente físicas, porque trascienden actitudes temperamentales y pautas de conducta que provocan unas condiciones de evolución individual. Si podemos considerar heredadas las aptitudes artísticas de un individuo, también podemos ver que nuestros vicios son material hereditario para nuestra prole.
Según la física quántica, nuestro cerebro actúa mediante pautas repetitivas ya sean heredadas genéticamente ya sean originadas en nosotros. Cuantas más veces se repite ese hábito, mas impacto causa en el conjunto genético hasta llegar a provocar un bloqueo, un daño emocional que se refleja en una zona determinada.
Primero estalla la advertencia de que algo esta creando un corto circuito en el cuerpo, mediante malestar, insatisfacción, falta de sueño o pequeñas molestias físicas. Si en vez de prestar atención persistimos en la misma conducta, el agujero creado por la actitud mental negativa se expandirá y ahondará, llegando un punto en que la célula será afectada por el estrés que produce en el organismo semejante agresión y la enfermedad habrá estallado en el ser humano. Lamentablemente, solamente desandando el camino podremos devolver el brillo y plenitud original a nuestras células. Y ahí entra la medicina quántica, que mediante la búsqueda e investigación del problema matriz que marco la secuela emocional, purifica el karma del individuo regenerando las células, a través de la comprensión del error y modificación de actitudes.
Si podemos considerar que las enfermedades están causadas por bloqueos emocionales; Si la ciencia actual nos asegura que determinadas pautas de conducta acarrean unas secuelas físicas llegando hasta la enfermedad, entonces tambien entederemos que las consecuencias karmicas están incorporadas en el mismos ADN, ya que para que una enfermedad se desarrolle y el karma madure se requieren unas actitudes previas temperamentales que disparen los condicionantes de la enfermedad. Y aquí se proyecta el karma no solo individual sino el grupal por herencia genetica.
sábado, 19 de junio de 2010
jueves, 10 de junio de 2010
No busques la justicia en los genes, sino en la evolución cultural
Fuente http://lacomunidad.elpais.com/apuntes-cientificos-desde-el-mit/category/cerebro-y-comportamiento
No busques la justicia en los genes, sino en la evolución cultural
¿Quién crees que se comportará de manera más justa y generosa con un absoluto desconocido; un ciudadano estándar de una sociedad moderna o el miembro de una tribu indígena? ¿un cristiano practicante o un no creyente? Ve pensándolo, te doy la una respuesta más adelante.
Antes otra pregunta: ¿Qué nos impulsa a ser generosos con desconocidos? ¿Es algo “cultural”, o forma parte de nuestra programación genética básica seleccionada durante el paleolítico?
Es algo que ya hemos debatido varias veces –casi demasiadas- en el blog. Y antes de nosotros, generaciones y generaciones de pensadores. Pero retomamos el tema porque la semana pasada Science publicó un extenso estudio que puede convertirse en una referencia constante en las discusiones sobre la naturaleza humana: “Mercados, Religión, tamaño de comunidad, y la evolución de la justicia y el castigo” (pdf ). Ya advierto que no cierra el debate; pero sí lo decanta.
En las últimas décadas la psicología evolutiva ha promovido una tendencia a interpretar muchos de nuestros comportamientos actuales como adaptaciones a las condiciones de vida que sufrieron nuestros antepasados de la edad de piedra. No sólo rasgos físicos o instintos básicos; también aspectos como la moralidad, la justicia, o la propensión al altruismo serían innatos, universales, y estarían codificados en los genes que ayudaron a sobrevivir a los individuos de sociedades mejor estructuradas. Y como supuestamente nuestra información genética no ha cambiado de manera significativa en los últimos 10.000 años, las tendencias que vemos en las sociedades actuales son un reflejo de las más primitivas.
¿Tenemos alguna manera de poner a prueba esta hipótesis? Esto es lo que ha intentado Joseph Henrich y otros 13 investigadores analizando el comportamiento de 2.148 personas de 15 estructuras sociales diferentes de Estados Unidos, África, Asia, Bolivia, Ecuador, Papua Nueva Guinea, Fiji o Siberia, que incluían nómadas, cazadores, pescadores,y diferentes tamaños de grupo, presencia de religión y nivel de desarrollo mercantil.
El objetivo era ver si individuos en sociedades modernas tenían más o menos sentido de justicia hacia desconocidos que indígenas o cazadores recolectores que pudieran representar estilos de vida más ancestrales.
Para ello, el equipo de antropólogos y economistas hizo varios tipos de tests a los miembros de diferentes comunidades.
En el primero cogían a un individuo, le daban una cantidad económica equivalente a un día de su trabajo, y le preguntaban qué proporción del regalo quería compartir con otro participante anónimo. Podía estar tranquilo y ser todo lo injusto que quisiera: Nunca llegarían a conocerse, ni el otro sabría cuánto se había quedado, ni tendría detalle alguno del juego.
En un segundo experimento, al participante receptor le explicaban de qué iba el juego y le preguntaban qué mínimo porcentaje estaría dispuesto a aceptar, sabiendo que si lo rechaza, ninguno de los dos se quedaría con nada del premio. Se estaba midiendo el sentido de justicia, pero también el grado de penalización ante situaciones desleales.
En otro experimento, un tercer individuo actuaba como juez y era quien debía decidir si la cantidad ofrecida era adecuada o no. A él también se le daba un premio económico, pero se le retiraba junto al de los otros si decidía que el trato era injusto y debía ser penalizado. Era otra manera de medir de la propensión al castigo.
Los investigadores compararon datos como el tamaño de comunidades, religión, y establecieron un “índice de integración al mercado” estimado como qué porcentaje de sus calorías ingeridas eran compradas versus recolectadas o cazadas por ellos mismos o cercanos.
Las conclusiones más destacables del estudio fueron las siguientes: cuanto mayor y más compleja es una comunidad, más generosidad ante desconocidos y mayor deseo de penalizar las injusticias. La religión también promovía compartir con anónimos, y además, los que formaban parte de organizaciones grandes como el cristianismo o Islam lo hacían en mayor grado que en tribales minoritarias sin códigos morales tan sofisticados. Por otra parte, los ciudadanos de sociedades industrializadas eran quienes compartían cantidades más altas; mientras que las comunidades que según los antropólogos tenían estilos de vida más parecidos al paleolítico, eran quienes mostraban menos obligación hacia la equidad o predisposición al castigo ante una persona que nunca habían visto.
Según los autores, esto contradice los argumentos convencionales de la psicología evolutiva, al demostrar que es la cultura en que te encuentres y las normas de las sociedades complejas las que inducen a generosidad o justicia con desconocidos, y no tus genes heredados del paleolítico. “Las diferencias que vemos entre sociedades no se explican por los genes”, declaró Joe Henrich.
En realidad este estudio se suma a las críticas hacia esa desmesurada tendencia a interpretar nuestros comportamientos más sofisticados como un reflejo de la vida de nuestros ancestros. Según Henrich la sensación de justicia con desconocidos es más moderna de lo que pensábamos, y su origen debemos buscarlo en la sofisticación de nuestra cultura; no en factores genéticos.
No busques la justicia en los genes, sino en la evolución cultural
¿Quién crees que se comportará de manera más justa y generosa con un absoluto desconocido; un ciudadano estándar de una sociedad moderna o el miembro de una tribu indígena? ¿un cristiano practicante o un no creyente? Ve pensándolo, te doy la una respuesta más adelante.
Antes otra pregunta: ¿Qué nos impulsa a ser generosos con desconocidos? ¿Es algo “cultural”, o forma parte de nuestra programación genética básica seleccionada durante el paleolítico?
Es algo que ya hemos debatido varias veces –casi demasiadas- en el blog. Y antes de nosotros, generaciones y generaciones de pensadores. Pero retomamos el tema porque la semana pasada Science publicó un extenso estudio que puede convertirse en una referencia constante en las discusiones sobre la naturaleza humana: “Mercados, Religión, tamaño de comunidad, y la evolución de la justicia y el castigo” (pdf ). Ya advierto que no cierra el debate; pero sí lo decanta.
En las últimas décadas la psicología evolutiva ha promovido una tendencia a interpretar muchos de nuestros comportamientos actuales como adaptaciones a las condiciones de vida que sufrieron nuestros antepasados de la edad de piedra. No sólo rasgos físicos o instintos básicos; también aspectos como la moralidad, la justicia, o la propensión al altruismo serían innatos, universales, y estarían codificados en los genes que ayudaron a sobrevivir a los individuos de sociedades mejor estructuradas. Y como supuestamente nuestra información genética no ha cambiado de manera significativa en los últimos 10.000 años, las tendencias que vemos en las sociedades actuales son un reflejo de las más primitivas.
¿Tenemos alguna manera de poner a prueba esta hipótesis? Esto es lo que ha intentado Joseph Henrich y otros 13 investigadores analizando el comportamiento de 2.148 personas de 15 estructuras sociales diferentes de Estados Unidos, África, Asia, Bolivia, Ecuador, Papua Nueva Guinea, Fiji o Siberia, que incluían nómadas, cazadores, pescadores,y diferentes tamaños de grupo, presencia de religión y nivel de desarrollo mercantil.
El objetivo era ver si individuos en sociedades modernas tenían más o menos sentido de justicia hacia desconocidos que indígenas o cazadores recolectores que pudieran representar estilos de vida más ancestrales.
Para ello, el equipo de antropólogos y economistas hizo varios tipos de tests a los miembros de diferentes comunidades.
En el primero cogían a un individuo, le daban una cantidad económica equivalente a un día de su trabajo, y le preguntaban qué proporción del regalo quería compartir con otro participante anónimo. Podía estar tranquilo y ser todo lo injusto que quisiera: Nunca llegarían a conocerse, ni el otro sabría cuánto se había quedado, ni tendría detalle alguno del juego.
En un segundo experimento, al participante receptor le explicaban de qué iba el juego y le preguntaban qué mínimo porcentaje estaría dispuesto a aceptar, sabiendo que si lo rechaza, ninguno de los dos se quedaría con nada del premio. Se estaba midiendo el sentido de justicia, pero también el grado de penalización ante situaciones desleales.
En otro experimento, un tercer individuo actuaba como juez y era quien debía decidir si la cantidad ofrecida era adecuada o no. A él también se le daba un premio económico, pero se le retiraba junto al de los otros si decidía que el trato era injusto y debía ser penalizado. Era otra manera de medir de la propensión al castigo.
Los investigadores compararon datos como el tamaño de comunidades, religión, y establecieron un “índice de integración al mercado” estimado como qué porcentaje de sus calorías ingeridas eran compradas versus recolectadas o cazadas por ellos mismos o cercanos.
Las conclusiones más destacables del estudio fueron las siguientes: cuanto mayor y más compleja es una comunidad, más generosidad ante desconocidos y mayor deseo de penalizar las injusticias. La religión también promovía compartir con anónimos, y además, los que formaban parte de organizaciones grandes como el cristianismo o Islam lo hacían en mayor grado que en tribales minoritarias sin códigos morales tan sofisticados. Por otra parte, los ciudadanos de sociedades industrializadas eran quienes compartían cantidades más altas; mientras que las comunidades que según los antropólogos tenían estilos de vida más parecidos al paleolítico, eran quienes mostraban menos obligación hacia la equidad o predisposición al castigo ante una persona que nunca habían visto.
Según los autores, esto contradice los argumentos convencionales de la psicología evolutiva, al demostrar que es la cultura en que te encuentres y las normas de las sociedades complejas las que inducen a generosidad o justicia con desconocidos, y no tus genes heredados del paleolítico. “Las diferencias que vemos entre sociedades no se explican por los genes”, declaró Joe Henrich.
En realidad este estudio se suma a las críticas hacia esa desmesurada tendencia a interpretar nuestros comportamientos más sofisticados como un reflejo de la vida de nuestros ancestros. Según Henrich la sensación de justicia con desconocidos es más moderna de lo que pensábamos, y su origen debemos buscarlo en la sofisticación de nuestra cultura; no en factores genéticos.
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