Un caso clínico: trasplante de corazón
El donante, un joven músico y poeta de 18 años, murió en un accidente de coche. El receptor, una chica de 18 años llamada Danny, sufría insuficiencia cardiaca. Después del trasplante todo fue bien y ella fue recuperando su forma física poco a poco. Sin embargo su vida ya no fue la misma, sus gustos y sus hábitos habían cambiado. Un día tuvo la oportunidad de conocer a la familia del donante y todo empezó a tener sentido para ella: “Cuando me mostraron la foto de su hijo, sentí que le conocía directamente (…). Sé que él está en mí y está enamorado de mí (…). Cuando me pusieron su música yo podía acabar las frases de sus canciones. Nunca antes pude tocar, pero después del trasplante empecé a amar la música (…). Le dije a mi madre que quería clases de guitarra, el mismo instrumento que él tocaba (…).
Memoria celular
¿Cómo puede explicarse el cambio en el comportamiento de Danny después del trasplante? ¿Alteraciones de la conducta provocadas por la experiencia de una situación traumática, de vida o muerte? No sería nada raro, los libros de psicología clínica deben estar llenos de casos similares. Pero, ¿por qué hay que ser tan “cuadriculado”? ¿Por qué no tener la “mente abierta” a nuevas explicaciones?
Para Pert Candace, farmacóloga de prestigio internacional (según su página web), este sería un claro ejemplo de memoria celular. Esto significa que los órganos trasplantados pueden transferir recuerdos o fragmentos de personalidad del donante al receptor. Es decir, en contra de lo que muestra la neurociencia actual, la memoria y la personalidad no se localizan exclusivamente en el cerebro. ¿Cómo justifica P. Candace esta hipótesis tan revolucionaria? Propone una hipótesis neuroquímica centrada en unos mediadores quimicos: lo neuropéptidos (“Las moléculas de la emoción”). Estas moléculas químicas, presentes también en órganos como el corazón, viajarían por todo el organismo portando esta información. Así, los neuropéptidos pueden ser la manifestación bioquímica de la memoria, del pensamiento o de la sensibilidad corporal (Más Allá, junio 2009). Pero, ¿cómo se almacenan los recuerdos o los rasgos de personalidad en órganos como el corazón? ¿Cómo los neurpéptidos retienen esa información y la transfieren al receptor? No hay respuesta para esto. Entonces, ¿cuáles son los datos o pruebas que ofrece P Candace para apoyar su hipótesis? Los testimonios de algunos de los trasplantados (como el ejemplo que encabeza el apunte; se pueden leer más casos).
Nuestra memoria está en el cerebro
¿Qué sabe la neurociencia acerca de la memoria y los recuerdos? Los recuerdos se forman a partir de nuestra interacción directa con el entorno físico y social en el que vivimos (experiencia), lo que depende a su vez de nuestro sistema nervioso. Es más los recuerdos, para existir, requieren de la actividad de nuestro cerebro. Se sabe que hay distintos sistemas de memoria que implican diferentes áreas de nuestro cerebro. ¿Son gratuitas estas afirmaciones? No. Sobre todo en las últimas cinco décadas los investigadores en neurociencias han diseñado paradigmas experimentales para poder entender y poner a prueba la bases neuronales de la memoria. Algunos ejemplos:
- Estudios de lesión en humanos. El ejemplo más conocido es el de H.M. que padeció amnesia al serle extirpada un área de su cerebro (hipocampo). Este paciente facilitó el descubrimiento de la existencia de diferentes sistemas de memoria en el cerebro.
- Estudios de conducta. Tanto en humanos como en animales de laboratorio se ha mostrado que la memoria en todas sus fases (como se adquiere, cómo se mantiene, cómo se recupera y cómo se extingue) puede ser modulada a través de manipulaciones farmacológicas (ejem, psicofármacos) o conductuales (ejem, estrés). Recientemente se ha sugerido que los recuerdos pueden ser borrados (o aquí) o incluso creados de manera que podríamos recordar eventos que nunca ocurrieron.
- Estudios celulares. Son clásicos los experimentos de E. Kandel (están en los libros de texto) con el caracol marino Aplyssia. Desde entonces sabemos que la memoria, y el aprendizaje, requieren cambios en las conexiones entre neuronas y en la actividad de los circuitos neuronales.
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